Mi confrontación con la docencia

Mi formación profesional es la de filósofo ( aunque nunca diré con arrogancia que soy un filósofo, más bien me asumo como un aspirante a filósofo) , creo que mi paso por la docencia llegó de manera muy gradual ya que al terminar mi carrera comencé adentrarme poco a poco dentro de ese campo.
Al mismo tiempo que empezaba a dar clases continuaba con mis estudios dentro de la maestría; eso me permitió tener una ventaja, ser al mismo tiempo maestro y alumno, de dicha experiencia me beneficie tanto en la escuela como dentro del aula. Ahora recién terminé la maestría y pronto me embarcaré en una nueva aventura que será el doctorado. Hasta este momento nunca he sentido que dar clases es un trabajo, más bien, lo veo como una forma de comunicar algo que me apasiona y que forma parte de mi vida.
Siempre he creído que existen dos tipos de maestros los que se van a “ganar la quincena” cada día y los que realmente les agrada trasmitir sus conocimientos a las nuevas generaciones. Desearía pertenecer a la segunda clase de maestros. Muy comúnmente me preocupa el saber si estoy trasmitiendo adecuadamente mis conocimientos, si explico con claridad, si son amenas mis clases, etc. A veces me encuentro con un chico apático que no le interesa mi clase y creo que tenemos que aceptar que no podemos encender la chispa del interés en todos nuestros alumnos. También en el poco tiempo que llevo dentro de la docencia (tres años) he podido ver que es una profesión poco valorado cuando hacemos algo mal parece que todos se dan cuenta (alumnos, padres, directores etc.) pero cuando hacemos las cosas bien nunca hay una palabra que diga “muy bien” “buen trabajo” a veces los pocos estímulos pueden venir de la satisfacción de ver a nuestros alumnos desarrollarse y encaminarse con mejores habilidades para su futuro.
Es gracioso pero mis alumnos a veces tienen la idea de que yo tengo la respuesta a todo o que puedo saber todo sobre muchas cosas y a menudo les hago ver que no es verdad, “son más las cosas que ignoro que las que realmente se”.
Nunca asumo el papel del maestro cuando entro al aula, siempre les digo a mis alumnos que simplemente soy un “tipo” que ha tenido un poco más de lecturas y que voy a compartir la experiencia que me han dado esas lecturas con ellos. Creo firmemente que los alumnos se dan cuenta cuando un maestro le apasiona lo que enseña y cuando se esfuerza por trasmitirles algún tipo de conocimiento. En la medida en la que amemos lo que hacemos obtendremos el respeto y la confianza de nuestro alumnos. Una vez leí una historia sobre Jorge Luis Borges, cuando a una edad muy joven se le pidió que impartiera una clase de poesía moderna en la universidad de Buenos Aires, al llegar al aula Borges dijo : ¡Hoy no daré una clase de poesía! Sólo les mostraré la belleza del arte que da vida a cada uno de mis días. Creo que podríamos aprender mucho de esa frase en nuestra tarea cotidiana de impartir clases.